Antonio Briceño

Yo somos. El viaje incesante

Se estima que el origen del Homo sapiens, en el África subsahariana, ocurrió hace unos 300.000 años. Desde entonces, comenzó la expansión de la humanidad, hasta llegar a la conquista de todos los lugares habitables del planeta. Todos los que nacimos fuera de esa región ancestral, somos los hijos de la migración. En 2019 decidí indagar, a través del estudio de mi ADN, sobre el origen de mis ancestros. Cuando recibí los resultados del análisis comprendí la magnitud del proceso migratorio. Mi ADN contiene la información de, al menos, 21 grupos genéticos de todo el mundo.

Emprendí, entonces, este proyecto en el que quiero destacar la diversidad y movilidad del ser humano y plantear una reflexión sobre la migración. A partir de retratos de personas que, como yo, han emigrado a Barcelona, España, desde cada uno de los 21 sitios mencionados en el informe sobre mi ADN, he construido series de imágenes, videos e instalaciones relativas al hecho de migrar y algunas de sus consecuencias, en un juego que va entre lo científico y lo metafórico.

La pieza que presento está construida a partir de estos retratos, ordenados de acuerdo al porcentaje en mi ADN. Pero en ella todas esas personas comparten un elemento: mi mirada. Aunque el color de su iris se mantiene, la forma de mis ojos se convierte en el eje central. Se dice que la mirada representa el centro de la personalidad. Y la personalidad también es herencia de millones de ancestros que han recorrido el mundo desde el origen de nuestra especie. Yo somos ocho mil millones de personas.

Antonio Briceño

Caracas, Venezuela, 1966. Vive y trabaja entre Caracas y Barcelona, España.

Licenciado en Biología por la UCV, Antonio Briceño se inicia en el mundo de la fotografía a mediado de los años 80. Heredero de la amplia tradición de la fotografía documental venezolana de los años sesenta del siglo veinte, encuentra un hilo conductor con esa movilización estética regida por la documentación y el registro de entornos, personajes y grupos sociales que el rápido crecimiento de las sociedades parecía condenar a la desaparición. Sin embargo, sus nexos con la fotografía documental ortodoxa regida por el uso del blanco y negro como condición indispensable, fue una de las grandes diferencias que tuvo siempre con lo documental y que le llevaron a desarrollar su propio trabajo, profundizando en una de las herramientas fotográficas que más le interesaban: las diversas posibilidades del color. 

En sus series iniciales así como en su trabajo posterior ha delineado su preocupación por explorar las diversas realidades sociales y míticas tejidas por diferentes culturas, trabajo de investigación que representa la concreción de un discurso visual donde los nexos con la fotografía y el retrato documental de corte antropológico, han sido retomados para ser reinventados en sus posibilidades expresivas a través del uso de la tecnología digital y el video; una fotografía cuyas conexiones con la tradición van más allá del simple registro. El trabajo de campo realizado por el fotógrafo antes de concretar cada una de sus series, está centrado en la necesidad de iniciarse dentro de lo que es el imaginario de cada una de estas culturas o grupos sociales en los que se adentra. A través de este intercambio, Briceño desarrolla el concepto que lo guiará en la representación de esta memoria simbólica, representación donde el investigador se despoja del sí mismo para acceder a esa realidad desconocida e históricamente cercenada por las líneas y estructuras del saber occidental.

Su obra ha sido expuesta en muestras colectivas e individuales en Venezuela, India, México, Cuba, Bélgica, Alemania, Estados Unidos, España, Suecia, Francia, Nueva Zelanda y Finlandia, entre otros. Entre los reconocimientos que ha recibido destaca el XVI Premio de Fotografía Luis Felipe Toro (1996), otorgado por el Consejo Nacional de Cultura. Ese mismo año recibe el tercer premio del V Concurso Fotográfico de la Asociación Venezolana de la Comunidad Fotográfica. En el año 2007 representó a Venezuela en la 52° edición del Festival de Venecia y en 2011 el capítulo venezolano de la Asociación Internacional de Críticos de Arte lo reconoció como “Artista Consagrado”.

LGI