Casa de la HaciendaExposición

agosto, 2013

Casa de Hacienda

La Discoteca: Historia discográfica del pop-rock venezolano del siglo XX

Desde el 4 de agosto al 8 de septiembre de 2013  en La Hacienda La Trinidad Parque Cultural  se llevó a cabo “La Discoteca” exposición que reúne toda la historia discográfica del poprock en Venezuela en sus formatos disco de vinil, casete y cd, además de conversatorios, presentaciones en vivo en formato acústico cada fin de semana.

“La Discoteca” pretende mostrar una parte fundamental en la historia contemporánea de la industria del poprock en Venezuela como lo es el disco en físico en cualquiera de sus formatos utilizados desde la década de los 60 hasta la actualidad por artistas nacionales de gran relevancia que hicieron historia y han permitido llegar al buen momento en que se encuentra la música poprock en nuestro país. La muestra también rinde homenaje al famoso edificio La Discoteca en Los Ruices Sur, donde durante cuarenta años un sinfín de artistas grabaron en sus estudios y albergó los sellos disqueros Sonus (fundado a finales de los años cincuenta por Johnny Quiroz y Alfredo Sadel) Color, TH Discos (Top Hits), Corporación Los Ruices y  Balboa Records.

Además de poder ver los 350 discos expuestos y escuchar más de 600 canciones de poprock venezolano, los asistentes participarán en conversatorios con los protagonistas, así como presentaciones en vivo en formato acústico con los artistas Pequeña Revancha, Andrea Lacoste, La Mar, Del Pez, Los Humanoides, Domingo En Llamas, Frontierizo y Boston Rex de Tomates Fritos, entre muchos otros.

En el marco de la inauguración se presentará la agrupación La Pequeña Revancha, dúo caraqueño integrado por el vocalista y guitarrista de Los Mentas, Juan Olmedillo, y la joven cantante Claudia Lizardo, hija del poeta del rock venezolano PTT Lizardo integrante de La Misma Gente.


La Discoteca. Historia discográfica del pop-rock venezolano del siglo XX es un recorrido que nos invita a abordar, encontrar y redescubrir buena parte de la cultura popular de nuestro país a través del lenguaje musical, preservando parte de la memoria histórica de la segunda mitad del siglo XX e invitándonos a conocer, desde otros ángulos, aspectos culturales que han quedado fuera de los grandes focos comunicacionales e investigativos.

A modo de resumen, el ritmo endemoniado del rock llega por primera vez a Venezuela a través de Maracaibo, con el intercambio cultural llevado a cabo a finales de la década de los cincuenta entre hijos de norteamericanos trabajadores de los campos petroleros y jóvenes marabinos de clase media, la introducción de discos y la organización de fiestas como las del Club Creole. La televisión hace de las suyas transmitiendo «El Club del Rock and Roll» por Ondas del Lago Televisión, canal 13, e incluso las grandes orquestas de baile como Los Melódicos o Los Caciques, con Memo Morales en la voz, incorporan algún twist o rock en sus repertorios. Ya venidos a Caracas durante las horas de carretera, en Altamira, bajando unas escaleras infinitas, los jóvenes disfrutaban bailando en «El Club del Twist» mientras en las pantallas de cine se proyectaba la película Twist y crimen, musicalizada por Los Clippers y protagonizada nada más y nada menos que por la exuberante Lila Morillo. En las esquinas de El Paraíso, Los Supersónicos tocaban por las calles con amplificadores dentro del auto y con la batería amarrada al techo. The Beatles hacía de las suyas en el sonido de Los 007 y Los Darts. Los pioneros marabinos de Los Impalas hacen sus maletas para lograr el éxito en España. La guitarra de Adib Casta se vuelve un icono tanto en sus inicios con Los Claners como en el mítico álbum homónimo de Ladies W.C. El Aula Magna de la UCV dejaba las togas y birretes para rebosarse de gente en la Experiencia Psicotomimética. En el Teatro de la Ópera de Maracay, Gillman levanta su grito «NO a la música disco, SÍ al rock nacional», comenzando la pelea entre «rock nacional» y «rock venezolano», mientras en la capital unos estudiantes de bachillerato llenaban la ciudad con corazones tachados.

Durante la muestra reuniremos a artistas que van desde Trino Mora hasta Dermis Tatú, pasando por el «Limón limonero» de Henry Stephen, rarezas extremas como Leo Cavallo, los experimentos electrónicos de Chelique Sarabia, la fusión de altos quilates de Spiteri, Frank Quintero y Los Balzehaguaos,La Ofrenda de Vytas Brenner y Gerry Weil, el disco music de Esperanto, la new wave de PP’s, el conceptual «Más allá de tu mente» de Estructura, la poética rock de La Misma Gente, el heavy metal de Arkangel, el rock progresivo de Aditus con «A través de la ventana» y el «Atábal Yemal» de Témpano, lo urbano y lo latino con Sietecuero, la movida punk y post punk en grupos como Holocausto, 4to Reich y Sentimiento Muerto, el inconfundible ska de Desorden Público, el poderoso «Amor, furia y languidez» de Zapato 3 y la gozadera de Los Amigos Invisibles.

En tiempos de formatos musicales intangibles, de sonido chato que estandariza el aura de grabaciones míticas y disuelve el ámbito profesional a meras anécdotas de sus protagonistas, nos encontramos con este reducto del disco como objeto básico para la apreciación musical, con su grano entero, sus frecuencias y su tímbrica tal cual fue pensada por sus creadores, ingenieros y técnicos, su carátula y encartados que hacían de la música un elemento más de un compendio multidisciplinario en el cual el diseño gráfico y la poesía compaginaban y ataban todo un concepto artístico en un formato que desde finales del siglo XIX ya daba sus primeros pasos, ofreciéndonos la maravilla de disfrutar del ars musicae e invitándonos a reflexionar, desaprender y hasta experimentar la fantasía de tenerlos tocando en nuestra sala o donde sea estuviese instalado el picó y un par de altavoces.

Sirva esta exposición para rendirle también tributo al edificio aun en pie La Discoteca en Los Ruices Sur y sus gigantescos estudios donde grabaron o hicieron vida un sinfín de grupos sumergidos en por lo menos cuatro décadas, y en cuyo sótano, allá en el comienzo de toda esta historia, se prensaban los discos, se imprimían las carátulas y se empaquetaban, un lugar específicamente destinado para su producción desde la grabación y fabricación hasta la posterior distribución. Este edificio alojó los sellos disqueros Sonus (fundado a finales de los años cincuenta por Johnny Quiroz y Alfredo Sadel) Color, TH Discos (Top Hits) y Corporación Los Ruices, hasta desembocar todo el catálogo en Balboa Records, una verdadera factoría musical que nutrió y surtió las vitrinas de nuestras discotiendas y discotecas durante medio siglo; de hecho, más de la mitad de esta exposición ha sido gestada y producida en sus instalaciones. Que se sienta en esta muestra un poco del espíritu y la mística de aquel edificio que respiró música y exhaló cultura en nuestra geografía y más allá de nuestras fronteras. No en vano acunó la frase «El disco es cultura», una oración básica para nuestro imaginario cultural. Muchas de las obras expuestas son objetos de enorme valor musicológico y testigos excepcionales del latido de la humanidad en distintas décadas, revelándonos sincretismo, fantasía y numerosas conquistas estéticas, todo esto fijado en redondeles de vinilo prensado y envueltos en un cartón impreso, ya en desuso, a veces extinto, pero siempre con su singular manera de trasladar cultura a través de generaciones y de llevar hasta nuestras mesas la poética musical de toda una sociedad.

 

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